Cuento
Orlando Ortega Reyes
La muchacha observaba detenidamente a las personas que
entraban y salían del Edificio Movistar, para detectar algún posible cliente en
busca de una cubierta, unos audífonos o cualquier aditamento para
celulares. De pronto, miró que con paso
cansado venía un anciano con una bolsa transparente, que parecía contener una
caja de celular nuevo. Esperó a que se
acercara y sus ojos se desorbitaron cuando notó que la caja blanca tenía unas letras
que decían: SAMSUNG, GALAXY S 8. Era un celular de mil lolos. Cuando se acercó, solícitamente le ofreció
una cubierta protectora para el aparato, a lo cual, el anciano, como de mal
humor le dijo: - Esta porquería no merece nada.
La muchacha le dijo, un tanto dubitativa: - Es un buen teléfono inteligente. - ¿Para qué quiero yo, un teléfono
inteligente? –Agregó el anciano, - Yo sólo ocupo el teléfono para recibir las
llamadas de mis hijos, todo lo demás es babosada. Además, el que va para viejo… En su mente, la muchacha agregó: …va para
pendejo y un tanto maliciosamente le propuso: - Y si yo le diera un teléfono de
esos normales y le doy además cien dólares, ¿Me lo cambiaría? El anciano, se quedó pensando un rato y
expresó: -No sé, me lo mandaron mis hijos de los Estados y luego si se enteran,
no sé. La muchacha un tanto indiferente,
agregó como por no dejar: - A lo mejor ni se dan cuenta y así tendría usted un
teléfono nuevo y cien dolaritos para sus medicinas. El anciano siempre con una expresión
dubitativa le preguntó: -¿Seguro que me daría el celular y cien dólares por
esta porquería? Seguro –agregó la
muchacha. – Orraites caites, le dijo el
anciano.
La muchacha sacó de una maleta una caja con un Alcatel 1041
nuevo, y de un motetito que tenía escondido en un zipper de la maleta, sacó
subrepticiamente cinco billetes de veinte dólares y se los entregó al anciano,
quien como no queriendo le entregó la bolsa con la caja. La muchacha volvió a ver a todos lados y un
tanto nerviosa echó la bolsa en la maleta y la cerró rápidamente. El anciano tomó el dinero, se lo metió en el
bolsillo y con la caja con el celular en la mano, siguió su paso cansado hasta
perderse en la calle.
Con la maleta en la mano, la muchacha se apartó del bullicio
y ya a solas, abrió la maleta y con cierto deleite sacó la caja de la bolsa y
la abrió. ¡Oh, sorpresa! en la caja sólo
habían papeles que envolvían un Nokia 1100, con mejores ayeres. La muchacha no podía dar crédito a sus ojos y
al final se limitó a gritar: -¡Viejo hijuelagranputa!
Al doblar la esquina, el anciano empezó a caminar bien
erguido y con paso seguro, llegó hasta un viejo Datsun, lo abrió, lo arrancó y
se perdió entre las calles de la ciudad repitiendo: -Viejos los caminos.
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